lunes, 17 de noviembre de 2008

Tu nombre tatuado

–Hace años que el Savoy es lo más parecido a un charco en mitad del parque, un lugar plácido y anodino en donde nunca pasa nada. Pero no siempre fue así. En mitad de los cincuenta, un par de familias trataron de hacerse con el control de todos los garitos de la ciudad y, ¿sabes qué?, el Savoy estaba en la maldita mitad del campo de batalla. Como si alguien hubiese extendido un mapa sobre la mesa y le hubiese trazado dos líneas divisorias al barrio y una enorme cruz al tejado del bar.–Al hizo una pausa mientras terminaba su cuarto gintonic y miraba de reojo a la puerta de las coristas, el sitio donde, según él, los ángeles bajaban a aquel infierno de tulipas verdes, humo viejo y demonios con audífono.

–Mientras los policías de la ciudad ensayaban su pulso trazando líneas de tiza en el suelo que luego rellenarían de cadáveres, Ernie amontonaba sacos con arena sobre la barra. No había día que no se dejasen ver por el local unas cuantas balas perdidas. Algunas noches especialmente problemáticas, protegió los cristales de la puerta con el pescado de la cena. ¡Y alguno de aquellos peces murió defendiendo un trozo de vidrio!

Una corista con aires de mamma ejecutó su número sobre el escenario. Fue algo rápido, violento, y no hizo falta forense que certificase que, efectivamente, estaba muerto. Al continuó dejando caer las palabras, a medio camino entre el cuello de su camisa y mi oído.

–Aún así, los muchachos salían del Savoy en cuanto podían, no porque no fuese seguro, sino porque ante la elección de un balazo en el estómago y la cena del Chef Antoine, todos sabían que la bala se acompañaba de una salsa roja que hacía más agradable el trago. Tres meses después de comenzar, la guerra terminó con la firma del armisticio. Los capos aparecieron por el local de Ernie Loquasto y, entre abrazos, besos y sonrisas sellaron una paz que duró cinco años. Ernie, que sirvió personalmente el Chianti en la ceremonia, juró que se sintió como si en aquella famosa foto del marino besando a la enfermera en París, les hubiesen cambiado las caras a los protagonistas. Cuenta que estuvo dos meses sin besar a su señora en la boca, para que no notase el sabor que las lenguas italianas habían dejado en su paladar.

Al final de aquellos días tumultuosos y broncos, la única baja que hubo que lamentar fue la del Chef Antoine, mientras probaba el plato especial de la cena de Acción de Gracias. Una bala perdida impactó en la olla y la agujereó. La salsa del plato se vertió sobre su pie y lo corroyó como el ácido. Tardó dos horas en morir, entre gritos y juramentos. El bueno de Chester Newman escribió al día siguiente en el Clarion, que ningún hombre debería ser capaz de repetir aquel mejunje, áspero como el cañón de una Magnum y letal como un calibre cincuenta con tu nombre tatuado.

Add to Technorati Favorites

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Frases perdidas...

"...nunca me habían gustado los tipos entrajetados, esa clase de tipos que no necesitan planchar los cuellos de las camisas porque la gomina que les sobra hace el trabajo. "



"...la clase de tipos duros que hacía lustros que habían sustituido los cereales del desayuno por la metralla de la cena y con los que sólo desearías tener una discusión por ver quien cede el paso a la entrada del retrete."



"Lo sabía todo de todos, menos su propia dirección, sexo y estado civil."



"El sueldo -les dije- no era muy bueno, pero maldita sea, el seguro no estaba mal, no podía permitirme un médico pero al menos me permitia comprarme un calibre 9, una bala y una buena botella de un mal Whisky."



"pero lo que si te puedo jurar muchacho es que jamas ví tanta humedad en un boca y tanto amor en una vajina."



"Algunos ni tan siquiera recuerdan cuando fue la última vez que sonrieron sin estar en una rueda de reconocimiento."

"Llegué al Savoy esperando de la noche no acabar con una bala en la sesera o casado y 3 hijos."

De Desidia.

"El viejo John había acudido al Savoy ininterrupidamente desde 1958 todos los días y ni una sola vez se permitió el lujo de irse sobrio a casa. Cuentan las malas lenguas que hace más de dos años que solo bebe a credito, lo cierto es que hace más de dos años que se terminó la última botella de Whisky."


"Al principio, se dijo que pudo ser un piropo finalmente el forense dictaminó en la autopsia que era un proyectil del nueve largo."


"Lo cierto es que estaba barajando seriamente la posibilidad de venderlo todo y con el dinero que sacara alquilar algún taburete con vistas y todo el Whisky que pudiera beber, pero Ernie me echó para atrás: Chico la esperanza de vida en estos taburetes no es alta y no es un problema de cirrosis ni de cancer de garganta, es un problema con el plomo, que como bien sabes, suele volar con cierta asiduidad entre estas paredes bien entrada la noche."

"Junto a Elle estaba sentada Suzzy. Suzzy era puta. Se podría decir más fino, pero entonces no estaríamos hablando de Suzzy."


"(...) éste se había tomado seis meses y 1 día de descanso, Larry dijo que era Artritis contradiciendo así las palabras del juez (...)


"Cometí el error de darle una oportunidad, y pedí una copa, lo siguiente que supe de alcohólicos anónimos es que habían puesto un anuncio de Fe de erratas en su boletín en el que aparecía mi nombre."


domingo, 6 de enero de 2008

cartas a una gasolinera

Muy poca gente sabe que en el Savoy actuaron estrellas de renombre, durante aquella época dorada que fue el periodo de postguerra. Gene Kelly, Fred Astaire, Frank Sinatra o Bette Davis fueron algunos de los artistas que dejaron su impronta en el escenario del local de Ernie Loquasto. Eran ese tipo de gente en cuyas manos el dinero era algo tan natural como el sudor y cuyos nombres aparecían resaltados con un brillante neón, incluso en las necrológicas del periódico. Fueron buenos y duros tiempos, donde, tras cada actuación, los hombres del público se vieron obligados a demostrar su virilidad jugándose a doble o nada el Buick y la chica contra la cínica e inmovil sonrisa de Sinatra.

Muy pocos son, sin embargo, los que recuerdan los nombres de aquellos cuya luz se vió eclipsada por los grandes astros. De todos, el nombre de Vinnie Lacosta brilló por méritos propios. Pertenecía a ese puñado de crooners que seducían a las mujeres del público empleando su voz asmática, un ojo estrábico y las tres primeras páginas de la autobiografía del Marqués de Sade. Era un tipo gris, sin dobleces que, sin embargo, consiguió un notable éxito actuando en los baños públicos de las ciudades donde Sinatra sólo paraba el tiempo necesario para llenar de gas el mechero y afilar el ala de su sombrero. Cuando el jefe quería contratarle para una gala, comenta Al, le envíaba una carta a la gasolinera de un cruce de caminos, en mitad del maldito desierto de Arizona.

El bueno de Vinnie era uno de esos cantantes intermitentes que nunca terminan de despuntar, quizá porque tenía la costumbre de acabar cada canción en una ciudad diferente. ¡Muchacho!, Vinnier era capaz de apurar el final de una canción en el patio de butacas, mientras en el puerta trasera del local su coche esperaba con el motor encendido y ese olor nauseabundo, tan típico de quien lleva suficiente sudor encima como para enseñar a nadar a las ladillas. La única vez que le vi en el Savoy, se quejaba amargamente de que, a los tipos como él, las mujeres le abandonaban un instante antes de perder la compostura y el tratamiento en los servicios del local.

Add to Technorati Favorites