Desidia
Llegué al Savoy esperando de la noche no acabar con una bala en la sesera o casado y 3 hijos. Allí estaba Walter. Hacía casi 7 años que no se dejaba caer por su escaño en el Savoy. Su estampa tenía el espíritu de quien había cruzado el desierto para darse cuenta al llegar de que se había dejado las llaves de casa en el otro pantalón. Estaba derrumbado en el taburete de la barra, sobreviviendo encima de un vaso de Vodka polaco (Walter solo bebía Vodka polaco muy frío, decía que así se le enfriaba el infierno que le consumía). Ernie estaba, tan profesional como era de esperar, recibiendo estoicamente el vómito que supuraba Walter en cada una de sus palabras.
Su jefe le había echado del trabajo. Su jefe, que para dar los buenos días lo primero que hacía era defecar, entre gritos, en los progenitores del que tenía delante. Se trataba de un burro que había escalado lo suficiente para tener su propia franquicia de estupidez. Y la bordaba. A su mando tenía un grupo de esclavos a tiempo parcial a los que gritaba día sí, hora también. Su principal distracción consistía en vocear órdenes contradictorias continuamente y flagelarte si cumplías o no alguna de ellas.
"El inicio en este trabajo había sido prometedor: gran responsabilidad, grandes beneficios, grandes proyectos. Muy interesante." Decía Walter. "Pero al cabo de pocos meses ya estaba tan quemado que para ofrecer algo parecido a una sonrisa me tenía que pinchar un huevo con un compás. Todo eran grandes marrones, ningún beneficio, una mierda de proyecto."
Ernie le preguntó el por qué de continuar aguantando mecha. Walter, cada vez más hundido en su vaso de Vodka polaco (ya apenas sacaba la nariz para respirar) le contó que cada pocos meses el gran jefe le vendía una Kawasaki o una Yamaha (incluso alguna vez le ofreció motos más grandes). Y Walter la compraba "posiblemente para huir de la mierda de realidad que veía". Compraba una falsa seguridad que su jefe le vendía al precio del oro. Y Walter compraba. Walter siempre compraba. "Tenía que haber hablado con alguno de los chicos para que le dieran un saludo del 38 y acabar con el problema, pero, francamente, me resultaba un esfuerzo demasiado grande. Mi desidia era total".
Ayer el jefe descubrió que el departamento no le daba los beneficios que él esperaba. Se vistió con sus mejores galas y los más floreados argumentos y los mandó a todos a tomar por culo. "Y cerrarme la puerta al salir."
"Ahora nadie quiere venderme más motos (al precio que sea), estoy en el puto paro, especializado en un trabajo que dejó de hacerse manualmente hace 30 años, y con la sensación de que me han estado dando por el culo durante mucho tiempo y encima me descontaban la vaselina de la nómina."
Ernie le apuntó un teléfono en una sucia servilleta y, entre la cortina generada por el cigarro que fumaba, le puso el epitafio a la lápida que cargaba: "Un cambio de trabajo siempre conlleva un esfuerzo. Es duro dejar de cagarse en un jefe para mentar a la puta madre de otro."
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Escrito por: Folixeru