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lunes, 11 de mayo de 2009

Un Buick negro

Dicen, quienes no conocían a Jack Bally, que la primera víctima de una guerra siempre es la Libertad. Los que tuvimos la desgracia de conocerle sabemos que en los prolegómenos de una contienda, el primero en llevarse un balazo del veintidós sería él. Jack era, según Ernie, mezquino, envidioso y bocazas, las tres peores combinaciones para meter juntas en la cabeza de un mafioso.

Personalmente, nunca le traté, pero coincidí con él unas cuantas noches en el Savoy y puedo decir que no fueron las mejores noches del local. Normalmente, el restaurante de Ernie Loquasto parecía un oasis en medio del mundo del hampa pero, cuando Jack Bally aparecía, todo se convertía en una cloaca. Su presencia corrompía el hielo de las copas y conseguía que la voz de las chicas se volviera más aguda.

Por eso nadie alzó la voz la noche que Bally desapareció y hasta el detective Fuller utilizó la versión más abreviada de su interrogatorio. A los clientes del Savoy les preguntó su nombre, su coartada y cómo estaba la ternera del menú. Nadie habló de Jack porque todos sabíamos qué había sido de él. Y a nadie le importaba.

Para un gángster, labrarse una reputación es tan importante como mantenerse alejado de sus enemigos y, precisamente eso, fue lo que no supo hacer Bally. Me lo contaba Chester Newman, el periodista del Clarion, entre recuerdos y vasos de ginebra. Al día siguiente de la desaparición, se dieron todas las claves en su periódico e, incluso, la pista que le indicó a los chicos de azul dónde ir a pedir su cadáver.

Según Chester, Bally se pasó semanas acosando a una tal Loreta, con la sana intención de hacerla pasar por su catre. Hombre de excesos y pocas luces, sus tretas incluían las drogas para obtener audiencia y la violencia para conseguir resultados. Desafortunadamente para él, Loreta, que era la hija de Giovanni Crampone, padrino del Upper East Side, sólo tuvo que contarle a su padre la fea costumbre de Jack de silbar melodías de Bing Crosby durante las agresiones.

Dos noches después, mientras Jack Bally degustaba la especialidad del cocinero del Savoy, media docena de tipos malencarados le invitaron a salir del local, tapizando las mesa circundantes con sus dientes. A la salida felicitaron al Maître por la merluza, pagaron la cuenta y desaparecieron en un Buick negro como el futuro de Bally. Chester Newman, que salió detrás, sólo pudo certificar que llevaban dirección sur y que, desde el asiento de atrás, uno de ellos le gritó que lo fuesen a buscar al vertedero, junto las madrigueras de las ratas.

Sin excesiva prisa por corroborar el dato, el detective Fuller tardó tres días más en personarse en el vertedero. No le hizo falta buscar mucho porque los muchachos de Don Giovanni habían cumplido con su palabra pero sí necesitó más tiempo para identificar el cuerpo. Tuvo que esperar a que el forense juntase todos los pedazos que habían dejado desperdigados para poder certificar que aquel puzzle había sido Jack Bally. En su informe, el detective concluyó que Jack Bally se había suicidado abriendo demasiado la boca.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Frases perdidas...

"...nunca me habían gustado los tipos entrajetados, esa clase de tipos que no necesitan planchar los cuellos de las camisas porque la gomina que les sobra hace el trabajo. "



"...la clase de tipos duros que hacía lustros que habían sustituido los cereales del desayuno por la metralla de la cena y con los que sólo desearías tener una discusión por ver quien cede el paso a la entrada del retrete."



"Lo sabía todo de todos, menos su propia dirección, sexo y estado civil."



"El sueldo -les dije- no era muy bueno, pero maldita sea, el seguro no estaba mal, no podía permitirme un médico pero al menos me permitia comprarme un calibre 9, una bala y una buena botella de un mal Whisky."



"pero lo que si te puedo jurar muchacho es que jamas ví tanta humedad en un boca y tanto amor en una vajina."



"Algunos ni tan siquiera recuerdan cuando fue la última vez que sonrieron sin estar en una rueda de reconocimiento."

"Llegué al Savoy esperando de la noche no acabar con una bala en la sesera o casado y 3 hijos."

De Desidia.

"El viejo John había acudido al Savoy ininterrupidamente desde 1958 todos los días y ni una sola vez se permitió el lujo de irse sobrio a casa. Cuentan las malas lenguas que hace más de dos años que solo bebe a credito, lo cierto es que hace más de dos años que se terminó la última botella de Whisky."


"Al principio, se dijo que pudo ser un piropo finalmente el forense dictaminó en la autopsia que era un proyectil del nueve largo."


"Lo cierto es que estaba barajando seriamente la posibilidad de venderlo todo y con el dinero que sacara alquilar algún taburete con vistas y todo el Whisky que pudiera beber, pero Ernie me echó para atrás: Chico la esperanza de vida en estos taburetes no es alta y no es un problema de cirrosis ni de cancer de garganta, es un problema con el plomo, que como bien sabes, suele volar con cierta asiduidad entre estas paredes bien entrada la noche."

"Junto a Elle estaba sentada Suzzy. Suzzy era puta. Se podría decir más fino, pero entonces no estaríamos hablando de Suzzy."


"(...) éste se había tomado seis meses y 1 día de descanso, Larry dijo que era Artritis contradiciendo así las palabras del juez (...)


"Cometí el error de darle una oportunidad, y pedí una copa, lo siguiente que supe de alcohólicos anónimos es que habían puesto un anuncio de Fe de erratas en su boletín en el que aparecía mi nombre."


miércoles, 26 de diciembre de 2007

Desidia

Llegué al Savoy esperando de la noche no acabar con una bala en la sesera o casado y 3 hijos. Allí estaba Walter. Hacía casi 7 años que no se dejaba caer por su escaño en el Savoy. Su estampa tenía el espíritu de quien había cruzado el desierto para darse cuenta al llegar de que se había dejado las llaves de casa en el otro pantalón. Estaba derrumbado en el taburete de la barra, sobreviviendo encima de un vaso de Vodka polaco (Walter solo bebía Vodka polaco muy frío, decía que así se le enfriaba el infierno que le consumía). Ernie estaba, tan profesional como era de esperar, recibiendo estoicamente el vómito que supuraba Walter en cada una de sus palabras.

Su jefe le había echado del trabajo. Su jefe, que para dar los buenos días lo primero que hacía era defecar, entre gritos, en los progenitores del que tenía delante. Se trataba de un burro que había escalado lo suficiente para tener su propia franquicia de estupidez. Y la bordaba. A su mando tenía un grupo de esclavos a tiempo parcial a los que gritaba día sí, hora también. Su principal distracción consistía en vocear órdenes contradictorias continuamente y flagelarte si cumplías o no alguna de ellas.

"El inicio en este trabajo había sido prometedor: gran responsabilidad, grandes beneficios, grandes proyectos. Muy interesante." Decía Walter. "Pero al cabo de pocos meses ya estaba tan quemado que para ofrecer algo parecido a una sonrisa me tenía que pinchar un huevo con un compás. Todo eran grandes marrones, ningún beneficio, una mierda de proyecto."

Ernie le preguntó el por qué de continuar aguantando mecha. Walter, cada vez más hundido en su vaso de Vodka polaco (ya apenas sacaba la nariz para respirar) le contó que cada pocos meses el gran jefe le vendía una Kawasaki o una Yamaha (incluso alguna vez le ofreció motos más grandes). Y Walter la compraba "posiblemente para huir de la mierda de realidad que veía". Compraba una falsa seguridad que su jefe le vendía al precio del oro. Y Walter compraba. Walter siempre compraba. "Tenía que haber hablado con alguno de los chicos para que le dieran un saludo del 38 y acabar con el problema, pero, francamente, me resultaba un esfuerzo demasiado grande. Mi desidia era total".

Ayer el jefe descubrió que el departamento no le daba los beneficios que él esperaba. Se vistió con sus mejores galas y los más floreados argumentos y los mandó a todos a tomar por culo. "Y cerrarme la puerta al salir."

"Ahora nadie quiere venderme más motos (al precio que sea), estoy en el puto paro, especializado en un trabajo que dejó de hacerse manualmente hace 30 años, y con la sensación de que me han estado dando por el culo durante mucho tiempo y encima me descontaban la vaselina de la nómina."

Ernie le apuntó un teléfono en una sucia servilleta y, entre la cortina generada por el cigarro que fumaba, le puso el epitafio a la lápida que cargaba: "Un cambio de trabajo siempre conlleva un esfuerzo. Es duro dejar de cagarse en un jefe para mentar a la puta madre de otro."

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Escrito por: Folixeru


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miércoles, 19 de diciembre de 2007

Peor sobrio que mal acompañado...

¡Maldita sea muchacho!, la esperanza de vida en el pueblo que nací era tan baja en aquella época que mi padre en lugar de una partida de nacimiento me escribió un epitafio, me confesaba Ernie Loquasto al calor de un mal paquete de tabaco rubio y un whisky que a duras penas le hacía sombra.
No era la primera vez que Ernie se asinceraba conmigo y los muchachos, respecto a su infancia. Recuerdo oirle tiempo atrás comentarnos que lo único que sacó positivo de su padre fue que aprendió un oficio. Lo cierto es que Ernie con 11 años ya había pasado más de la mitad de su vida intentando sacar a su padre de tuburios poco apropiados para un niño y la el resto jugando al otro lado de la barra haciendo tiempo mientras su padre, peleaba sin perder nunca la cara en el ranking de borrachos de la ciudad.

Quizás, gracias a esos recuerdos, Ernie permitia aún la entrada a John Della Scafa. El viejo John había acudido al Savoy ininterrupidamente desde 1958 todos los días y ni una sola vez se permitió el lujo de irse sobrio a casa. Cuentan las malas lenguas que hace más de dos años que solo bebe a credito, lo cierto es que hace más de dos años que se terminó la última botella de Whisky. Ernie dice que el viejo John ya tiene tanto alcohol en la lengua, que es suficiente el contacto con un vaso de agua.

Que pena muchacho, recuerdo la primera vez que Al me presentó al viejo John Della Scafa. Era un tipo distingido, con cierto aire chic, no en vano su madre era francesa y puta, algo demasiado glamuroso para la america de aquellos años de la depresión. Su padre era de Kentucky, el resultado estaba claro, padres separados durante un embarazado de ocho meses y un dia, y un hijo, candidato a tirar la vida en un retrete entre alcohol, tabaco malo y unas deudas.

No todo fue malo en la vida del viejo John, siempre cuenta la anecdota, de cierta vez que sobrio fuera de horas, conoció a una chica francesa a la que cortejó más de tres años, contaba que habían sido los tres mejores años de su vida, lastima que ella le hiciera elegir entre la bebiday ella. El razonamiento era claro para el viejo John: "Muchacho, era una mujer increible, pero jamas hubiera podido aguantarla sobrio".

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Escrito por: El guaje


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lunes, 19 de noviembre de 2007

Cortesías navideñas

El Savoy es uno de esos sitios donde la Navidad pasa desapercibida, como un tachón en la lista de chimeneas a visitar por Santa Claus. Los muchachos lo saben y por eso no le echan nada en cara al viejo gordinflón si, en vez de recibir una tableta de turrón rancia, la suerte les premia con la pedrea de un balazo a quemarropa.

La última Navidad que disfrutamos como tal, fue la del 79. Recuerdo a un joven llamado Enrico Lambreta que, vestido de Papá Noel, se paseaba entre las mesas dejando regalos a los muchachos. Lambreta había llegado hacía apenas año y medio a la ciudad, procedente de Calabria y era un tipo impulsivo, que reía como si tuviese ataques de tos y en cuyas manos una caricia tenía mal cobijo. ¡Diablos, muchacho!, se notaba en su cara el aire seco y frío de las tristes mañanas de Calabria.

En aquel año y poco, Enrico había prosperado, se había hecho un hueco en la familia y había podido dar un par de buenos golpes. Cosas hechas, sin un muerto de más, decía cuando se le preguntaba. Lo cierto es que cualquier habría matado por estar en el lugar de Lambreta aquel par de noches, en que se llevó a casa un par de sacas de banco repletas de esfinges de presidentes muertos.

Aquella Nochebuena se puso barba y peluca canos, se metió un almohadón en los pantalones y se ciñó un traje rojo que apestaba a naftalina y Jack Daniel's. ¡Dios Santo muchacho!, nadie habría estado más fuera de lugar que ese Santa Claus ni si le hubiese disparado a las palomas que adornan la fachada de la comisaría. Le pidió a Ernie que pusiese música acorde al momento y se paseó entre las mesas tirando de un saco de terciopelo rojo. Se creía Robin Hood convirtiendo presidentes muertos en regalos, comentó al día siguiente Chester Newman, en su columna del Clarion, junto a la esquela de Labreta y la noticia del óbito en la sección de sucesos.

El viejo Chester afirmaba en la columna que Lambreta depositó confiadamente una caja en la mesa de Rolstof, un ganster ruso violento como un pedo en un coro que, sin mediar palabra, le descerrajó el cargador de su Beretta y se sentó a terminar el cigarrillo. El mundo se hizo silencio, alguna corista lloraba y Rolstof seguía mirando, impertérrito el escenario donde hasta un instante Terry Shelton trataba de no atragantarse con la letra de una canción de Navidad.

Al detective Fuller le confesó bajo coacción, que le había parecido una falta de respeto regalarle una cruz de latón a un judio confeso como él. Las doce balas siguientes las consideró una cortesía navideña.


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viernes, 31 de agosto de 2007

Las gemelas Sanders

Estaba con Al la noche que a las 3 de la madrugada dispararon a Lorraine Webster en el Shorts. Al principio, se dijo que pudo ser un piropo finalmente el forense dictaminó en la autopsia que era un proyectil del nueve largo.

Lo cierto es que no estaba con Al realmente, nos separaban un mal tabique y los jadeos de Sandra y Norma Sanders. No podría jurar ante la biblia si estuve con Sandra o Norma, pero lo que si te puedo jurar muchacho es que jamás vi tanta humedad en un boca y tanto amor en una vagina.

El problema de las gemelas es que eran de esa clase de mujeres a las que entre polvo y polvo les pides que te bajen la basura porque si hablan lo más probable es que te jodan la próxima erección.

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Escrito por: El guaje


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lunes, 16 de julio de 2007

Cambio de aires

Cuando llegué a la barra mi cara tenía 4 horas y 8 copas y media más.

Al se acercó y me dijo: Muchacho tienes la misma cara que el bueno de Sony "Sweet" Sullivan el día que Sony Liston le retiró en el 62, el pobre quedó tan sonado que aún hizo 23 combates más.

He tenido que dejar el trabajo -le contesté-, no te voy a engañar Al, prefiero un sitio donde no tener que dar las gracias cada vez que utilizo la escobilla para limpiar los restos del jefe al defecar.

Ernie, siempre atento, a las conversaciones "familiares" dió su opinión: "La relación entre jefe y empleado siempre es dificil muchacho, más de una vez, el espejo me ha hecho un piquete informativo y he tenido que decretar el cierre patronal en el Savoy".

El sueldo -les dije- no era muy bueno, pero maldita sea, el seguro no estaba mal, no podía permitirme un médico pero al menos me permitia comprarme un calibre 9, una bala y una buena botella de un mal Whisky.

Al me advirtió que una vez había oido al cronista del Clarion Chester Newman que en esta ciudad dejar un trabajo no era un lujo, era un pecado. Aunque para un tipo como tú un trabajo no es un lujo, es un milagro.

Lo cierto es que estaba barajando seriamente la posibilidad de venderlo todo y con el dinero que sacara alquilar algún taburete con vistas y todo el Whisky que pudiera beber, pero Ernie me echó para atrás: Chico la esperanza de vida en estos taburetes no es alta y no es un problema de cirrosis ni de cancer de garganta, es un problema con el plomo, que como bien sabes, suele volar con cierta asiduidad entre estas paredes bien entrada la noche.


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Escrito por: El guaje


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martes, 8 de mayo de 2007

Gente del Savoy

Eché una ojeada a mi alrededor y vi a los otros perdedores que se arrastraban por el club: Tras la barra, Ernie existía desde que él mismo creó el oficio de camarero. Se dice que fue Ernie el que sirvió la última cena. Era ante todo un profesional como la copa de un pino. Un día entró un atracador y entre golpe y golpe Ernie le ofreció una copa y le dio palique. Un profesional. Era la persona a la que todo el mundo vomitaba su miseria y él la aceptaba estoicamente, y la recordaba. Usaba lo que sabía de otros para aconsejar a los clientes. Nunca dijo nada de su propia vida. Lo sabía todo de todos, menos su propia dirección, sexo y estado civil.

Jack, con tanto humo dentro como fuera, cansado de batallar y con una filosofía de la vida que cabría en una servilleta. Cuando Jack abría la boca para escupir su opinión (muchas veces pienso que Jack no tenía opinión, sino sentencia) todos los que le conocíamos cerrábamos la nuestra, por miedo a que sus palabras llegaran al cerebro sin diluir y morir de una sobredosis. Era un perdedor entre los perdedores. A Jack le habían llegado a quitar hasta lo bailado, y varias veces. Se intentó suicidar varias veces sin conseguirlo. Decía que el sino de un perdedor como él era perder hasta con la muerte.

Elle estaba sentada fumando. Era la típica mujer capaz de pedirte la luna para usarla simplemente como cenicero. De pechos generosos, pelo rubio, pequeña estatura, sonrisa amable y mohín de niña buena que sacaba solo cuando quería algo de tí, era una niña mimada y ácida que usaba los limones para endulzar el café. Elle ignoraba su propio cinismo: te destrozaba verbalmente para después preguntarte si querías acostarte con ella y acto seguido recriminarte el hecho de no habérselo preguntado tú. Era una mujer tan compleja que para pedirle la hora necesitabas saber resolver ecuaciones diferenciales. Nadie sabía muy bien en que trabajaba. En general, muchas cosas de ella eran oscuras y desconocidas.

Junto a Elle estaba sentada Suzzy. Suzzy era puta. Se podría decir más fino, pero entonces no estaríamos hablando de Suzzy. Era puta por ocio y por negocio. Tal y como ella solía decir: "La comadrona tuvo problemas para sacarme porque ya venía con las piernas abiertas". Se acostaba con cualquiera por dinero y con todos por placer. Yo también estuve entre sus piernas (de hecho creo que toda la ciudad estuvo entre sus piernas) y puedo decir que realmente era una profesional del sexo. Tras pasar por sus manos sabías que te habían hecho un buen repaso, y que tendrías agujetas hasta en las pestañas durante 3 semanas. Pero además era una persona divertida y alegre. Nadie entendía qué hacía ella en el Savoy. Sus risas (habituales) sonaban casi como una blasfemia en el templo del Dios de los amargados del Savoy. Estar con ella te garantizaba una noche de deporte extremo en la cama y una sesión del club de la comedia.



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Escrito por: Folixeru


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martes, 1 de mayo de 2007

Primavera accidental

Aquella noche recién entrada la primavera hubo ciertos “malentendidos” en el Savoy, como todos los cambios de estación, no es que se notase en el ambiente, ya que el invierno había decidido quedarse después de aquel corto Otoño del 54 coincidiendo con el despido de Henry el limpiador de cristales. Sino que se lo pregunten a Lorraine, que alargaba siempre el numerito de Papa Noel hasta mediados de Abril, decía que ese vestuario abrigaba más, desde luego era indiscutible que ese traje de papa Noel compuesto de tanga, liguero, gorrito y un bourbon doble con dos analgésicos era el más adecuado que tenían las chicas para el invierno.

Lo que ocurre es que cuando un sitio es frecuentado por tipos con pies de nitroglicerina y puños inquietos, cualquier pequeño cambio en esa composición a partes iguales de sangre, alcohol y rencor que corre por sus venas, solo puede terminar en accidente.

Aquella noche Al había decidido ser él mismo y había abandonado el camuflaje de su smoking y lazo al cuello, tardó 30 segundos y 3 whiskys en darse cuenta del error. Recuerdo que 3 whiskys más tarde se acercó y me dijo: “Muchacho, me gustaría decirte que aún estás a tiempo de cambiar pero te mentiría, ya perteneces al selecto club de los que tenemos que saltar para tocar fondo”. Al tenía razón, al fin y al cabo lo más destacado que había hecho en mi vida había sido dejar alcohólicos anónimos. Lo cierto es que no fue fácil, recaí tres veces, aunque confiaba que ésta sería la definitiva.
Cuando el sustituto de Larry el pianista (éste se había tomado seis meses y 1 día de descanso, Larry dijo que era Artritis contradiciendo así las palabras del juez) dejó de atormentar al piano y a la clientela a partes iguales, se acercó a la barra y le pidió a Ernie un soda, tenía una mirada cobarde, la mirada de un tipo que sabe que acaba de cometer un crimen y ha sido pillado in fraganti, y muchacho te juro que tocar el piano de aquella manera era delito en varios estados.

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Escrito por: El guaje


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martes, 30 de enero de 2007

Martini del nueve largo

El reflejo que arrojaba el espejo no era halagüeño y yo me sentía exactamente así, sucio y roto, partido en mil fragmentos idénticos, pequeño. Había llegado a ese garito después de tomar una copa en cada bar que encontré, dándo un paseo por el arroyo, por el lado más sórdido y triste de la vida y, muchacho, aquel bar no era el último por casualidad, ocupaba la única posición que hubiese merecido por méritos propios y entraría en mi categoría de lugares donde terminar la noche, sólo por detrás de aquel callejón oscuro donde la mafia me dejaba mensajes de amor y el áspero pero sentimental tacto de un ataud de pino forrado de macramé.

Ya en la barra, los posavasos decían que estaba en el Savoy, con una tipografía del siglo pasado que iba a juego con el resto del local, un garito que alguna vez fue elegante y que no sabe cómo envejecer con estilo, como si hubiesen dejado Las Vegas sin Frankie ni sus Rats Pack, a oscuras en mitad del maldito desierto. Todo en aquel sitio daba la impresión de pertenecer a la época dorada de los casinos y de Atlantic City y nada estaba fuera de lugar, como si supieras que, en cualquier momento podrías ver a Frankie rehacerse el nudo de la cortaba, estrecha y negra, con esa elegancia que sólo poseen los que, como él, contaban los dedos por millones. El dueño del Savoy, Ernie, me presentó a los muchachos, los tipos que se pasaban la mayor parte de su tiempo de libertad entre aquellas cuatro paredes forradas de tela roja y cuya biografía entraba en el canto de un libro de poesía, la clase de tipos duros que hacía lustros que habían sustituido los cereales del desayuno por la metralla de la cena y con los que sólo desearías tener una discusión por ver quien cede el paso a la entrada del retrete.

Creo que fue entonces cuando conocí al bueno de Al, al tipo taciturno y melancólico que siempre ocupaba el final de la barra, justo al lado de la puerta de los camerinos de las coristas, "el lugar por donde los ángeles desembarcan en este infierno", según sus propias palabras. Al es una institución en el Savoy por el mero hecho de ganarse la vida sin tener delitos de sangre y siempre tiene su copa llena y su banqueta almidonada, junto a la puerta del fondo y la derecha de la de Ernie, del jefe.

La puerta que vigila Al da paso a la única luz que hace competencia a las desvencijadas lámparas de tulipa verde de la sala, las coristas. Chicas en su mayoría humildes a quienes el jefe sacó del arroyo a cambio de un número musical por noche y una leve, pero intensa, caida de ojos en las rodillas de algún cliente. Las mujeres del Savoy tienen ese tipo de belleza esquiva que sabes que nunca terminarán de alcanzar, ni aún quitándose los tacones y, quizás por eso, el caso de Lorraine Webster sigue siendo un misterio para todos, porque Lorraine, aunque un poco más devencijada que hace años, es el objeto más bello y frágil del viejo bar, posee esa belleza oscura que emanan las mujeres fatal y todavía es capaz de cantar su número completo sin necesidad de tararear la mitad de la letra ni tropezarse con la boa de plumas.
Lorraine, sencillamente, pega tanto en el Savoy como un Dry Martini del nueve largo.

Una noche en que mi bourbon lamía golosamente el hielo en el vaso, Ernie se sinceró conmigo cuando me dijo: "Muchacho, todo el mundo es malo por naturaleza y todo bicho viviente está esperando a afilar el borde de su cuchillo contra tu garganta. Todos, menos Al". Desconcertado, sin saber muy bien qué decir, le pedí que se explicase y entonces me advirtió. "La única razón por la que Al te metería seis tiros en la cabeza, antes de terminar el crucigrama del periódico de ayer, se llama Lorraine Webster. Deja de tontear con ella o tendremos que comprobar si eres tan duro como para cenar con el estómago lleno de plomo y hoy, maldito galán, el cocinero se ha esmerado con el besugo".

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Escrito por: n1mh


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viernes, 26 de enero de 2007

Mi primera noche en el Savoy

Lo cierto es que no recuerdo cuando conocí a Al, pero si recuerdo bien la primera noche que estuve en el Savoy.

Fue justo la noche que me dieron el diploma en alcohólicos anónimos por no tambalearme durante 1 año y 1 día. Decidí que acto tan significativo era merecedor de al menos una copa.

Cuando uno entra por primera vez en el Savoy cree sumergirse en una película de gansters de serie B, el ambiente esta tan cargado por el humo que no sabes si es más fácil cruzar el pasillo o echar abajo la columna. Aquellos tipos vestían de traje, nunca me habían gustado los tipos entrajetados, esa clase de tipos que no necesitan planchar los cuellos de las camisas porque la gomina que les sobra hace el trabajo.

Cometí el error de darle una oportunidad, y pedí una copa, lo siguiente que supe de alcohólicos anónimos es que habían puesto un anuncio de Fe de erratas en su boletín en el que aparecía mi nombre.

Lo cierto es que no recuerdo la noche que conocí a Al, pero si recuerdo bien la primera noche que presencie un tiroteo en el Savoy, Al me utilizó como escudo humano, fue una sensación distinta, era la primera vez en mi vida que servia para algo a parte de para dar mal ejemplo. Cuando terminó el tiroteo le estaba tan agradecido que le dije a Ernie: “Pon un Whisky doble a Al y para mi el doble”, pero Al le detuvo y me dijo: “Muchacho, nunca digo no a una copa, pero contigo voy a hacer una excepción, y primero iremos al hospital a que te quiten esa bala del brazo”.

Ese era Al, un tipo del que recuerdo que una noche Ernie me dijo: “Muchacho, conozco a Al desde antes que su primera esposa tuviera prefijo y aun no se nada de él. Sólo se que para cada problema que alguien le cuenta tiene una historia que contar.”

Yo le respondí: “Ernie, me temo que tienes razón, no sabes nada de Al.”

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Escrito por: El guaje


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